domingo, 21 de diciembre de 2008

CUENTO CREADO: "UNA VIDA DE PERROS"

Esta es una historia bastante curiosa.
Corría la mitad del siglo XX en la ciudad capital de un país sudamericano. Ésta era una ciudad como cualquier otra en esta parte de América. Las personas se dedicaban a distintos oficios, al comercio, a la industria, algunos tenían dos trabajos, uno duraba desde temprano en la mañana hasta la una de la tarde y otro desde las 2 de la tarde hasta las ocho de la noche. Habían también mendigos y vendedores ambulantes.
En aquella ciudad vivía Marcelo Ovelar, un muchacho de apenas 15 años de edad. Marcelo era alto, de tez clara, era huérfano de madre. Marcelo siempre se acordaba de su madre y guardaba consigo una foto de ella, que ella misma le regaló antes de morir.
Marcelo vivía con su padre y con un doña Eulogia, una señora de casi 60 años que había servido anteriormente a los abuelos de Marcelo por 30 años.
Don Isabelino poseía varios perros que servían para cuidar la casa; ya que ésta había sido objeto de robo en más de una ocasión.
La actitud de Marcelo hacia los perros era distante; a él no le gustaba los caninos porque siempre recordaba que uno de ellos lo mordió cuando era más pequeño y estaba jugando en un parque. Esta mordida le produjo una herida tan profunda que tuvieron que inyectarlo más de una vez porque existía el riesgo que contrajera rabia. Lo que aumentó su resentimiento hacia los perros es que ya habían pasado casi cinco años desde aquel hecho y Marcelo todavía conservaba en su pierna la marca de aquella mordida.
Muchas veces, don Isabelino iba de viaje a otra ciudad del país porque su trabajo así lo exigía. Cuando esto sucedía, Marcelo se quedaba a cargo de la casa junto con doña Eulogia.
Desafortunadamente para nuestro protagonista, él no sólo debía ocuparse del cuidado de la casa, sino que también de atender a los perros, ya que doña Eulogia no era una mujer joven y entonces no estaba en capacidad física para hacer ese tipo de trabajo.
Los perros, como seres vivientes, necesitan comer. Sin embargo, Marcelo les daba la comida a los perros fuera de hora, y hasta algunas veces no les daba de comer. Varias veces, a aquellos perros que no se comportaban bien, los golpeaba con un palo.
Cada noche al terminar el día, Marcelo se iba a dormir, pero antes, ponía la foto de su madre en el velador que estaba al costado de su cama, se echaba en la cama y apagaba la lámpara.
Un día, justo cuando su padre estaba de viaje y tardaría varios días en regresar, Marcelo despertó y se sintió un poco extraño; entonces se quitó la frazada con la que había tapado su cuerpo. Su sorpresa fue enorme porque se dio cuenta que tenía cuatro patas, dos orejas largas y un hocico pequeño, una nariz pequeña de color negro, bigotes alrededor de ella y pelos de color blanco en todo su cuerpo.
Ante esta situación, Marcelo hizo un esfuerzo para caminar en sus cuatro patas, encontró una silla y la empujó en dirección hacia un espejo, saltó para subirse en la silla y alcanzó a verse en el espejo. Entonces, su sorpresa fue electrizante pues se había convertido en un perro. Su terror fue tan grande que se desmayó. Sólo Dios sabe cuánto tiempo estuvo en el piso, inconsciente.
Cuando Marcelo volvió en sí se preguntó qué había pasado y qué provocó que se convirtiera en un perro. Después de darse ánimos por varios minutos, pensó en la idea de hacer algo.



Marcelo tenía hambre, entonces fue a la cocina, pero ahí estaba la señora Eulogia, la empleada. Apenas ella lo vió, lo echó a escobazos de la casa diciéndole: "fuera, maldito perro", "tú no eres uno de los perros de don Isabelino" "sal de la casa". Marcelo quería hablarle, explicarle las cosas, pero no pudo ya que los peroos no puede hablar. Así, Marcelo terminó fuera de su casa.
Después de un par de horas de caminar por las calles en cuatro patas, sintió hambre.Viendo que en su casa no podía conseguirla, recordó que había un restaurant en la ciudad, en este lugar él y su padre a veces iban a almorzar. Cuando nuestro protagonista se acercó al restaurant, uno de los mozos le dio varios huesos de pollo. Marcelo nunca se imaginó que algún día tendría que comer eso. Afortunadamente, algunas veces el mozo le daba el hueso y un trozo de carne, pero en varias ocasiones otros perros más grandes que husmeaban por el lugar le quitaron la carne y los huesos. Solo y decepcionado, los recuerdos de su madre venían hacia su mente y se ponía a llorar. Ya eran las 8 de la noche y encontró un lugar donde dormir. Este lugar era una casa que estaba abandonada.
Al día siguiente Marcelo siguió andando por la ciudad hasta que encontró un tacho de basura. Marcelo pensó que allí podría encontrar algo para comer. Lamentablemente, cuando se disponía a acercarse al tacho de basura, sintió la presencia de varias personas. Él presintió algo peligroso, trató de correr hacia cualquier lugar, pero sintió varios brazos que lo cogieron y lo llevaron hacia la parte interior de una camioneta grande; era el camión de la perrera municipal, el lugar a donde llevan a los perros sin dueño.
La perrera era un lugar frío y aterrador en el cual a los perros les daban comida de vez en cuando. Marcelo había pasado ya 3 días en ese lugar hasta que no soportó más y trató de salir, romper los barrotes de la jaula en la cual lo habían encerrado.



La desesperación del protagonista de esta historia era tanta que despertó y se dio cuenta que estaba en su cama. Inmediatamente se levantó la frazada y se dio cuenta que tenía dos piernas como las que siempre tuvo y que todo ser humano tiene. Después de esto, se dirigió al espejo y se dio cuenta que el rostro que veía era el que siempre había tenido.
Al darse cuenta de todo lo que había sucedido, se dio cuenta que todo lo que le había pasado nunca fue algo real y que sólo había sido un sueño.
A partir de ese días su relación con los perros fue más cercana, y se comenzó a preocupar más por ellos, ya que entendíó y comprendió que en el mundo hay muchos perros que pasan por penurias, sobre todo porque no tienen un dueño que cuide de ellos.
Marcelo nunca le contó a su padre sobre su sueño.


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